Las tres razones principales por las que no me gusta la Navidad son las siguientes:
1. Es súper cursi.
2. Todo el mundo bebe vino tinto hervido que sabe a ambientador y finge que lo disfruta.
3. El año pasado el hombre del que estaba enamorada decidió que el día de Navidad era un momento perfectamente decente para revelar que no sentía lo mismo por mí.
Así que puedes entender por qué, en la víspera de Navidad, es totalmente razonable que quiera llegar a casa del trabajo lo antes posible, cerrar las cortinas, comer mi peso en noodles y ver películas de terror hasta que todo termine.
Mi jefa, Marcy, tiene otras ideas. Su hijo Adam se rompió la pierna patinando sobre hielo y ahora necesita que lo acompañe en sus recados navideños de última hora en Notting Hill, donde vivimos. No sería la mitad de malo si Adam no fuera el hombre más irritantemente confiado y molestamente entusiasmado con la Navidad que he conocido. Y, bueno, mucho más sexy de lo que esperaba que fuera…